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Envuelta en un mar de lágrimas, una mujer de larga cabellera, negra y opaca; alta y enjuta, decide a duras penas contarme su historia, luego de dudar y decirme que no quisiera hablar más nunca del tema que se refleja en su mirada de tristeza y que de ser posible, de su memoria quisiera borrar.
Cuando
ya había desistido de efectuar mi entrevista para el trabajo final de uno de
los módulos de la maestría que curso, recuerdo su voz entrecortada que me gritó.
– Niña venga, le contaré-.
Nos
sentamos cada una en taburete en su humilde casa de bahareque. A cada uno de los
niños, los mandó a jugar o que fueran a ver si la ‘Puerca puso’, por la
sencilla teoría que los pela’os no pueden escuchar la conversación de los
mayores.
Con
sus manos ásperas, y algo descuidadas, acaricia su rostro, agacha su cara, la
levanta nuevamente y me mira. – no es lo que creo que quiera escuchar, pero es
periodista y seguro le va a gustar lo que le voy a contar, a ustedes les
interesa el dolor ajeno para llenarse los bolsillos.
No
fue la respuesta que en realidad esperaba, pero fue con la que cercioré mi idea
acerca del resentimiento social que esta mujer trae consigo, un resentimiento
que se acrecienta y no deja de hacer estragos en su mente.
Mi
vida no es como la que escriben los hermanos Grimm sobre princesas, con esos
príncipes azules que uno no ve, o que siempre le decían a uno que existía pero
que por mi vida jamás se apareció. Afirmaba María mientras me miraba
fuertemente.
La
llamaremos María porque no quiere que se publique su real identidad. A la edad
de 19 años, en Crucito, corregimiento de Tierralta al sur de Córdoba, María que
apenas cursaba noveno de bachillerato, decide organizar su vida con Alberto, un hombre 11 años mayor que ella y
que entre palabras logró cautivar el corazón de aquella joven y el de sus
padres. Llevaban alrededor de 6 meses de noviazgo, cuando Alberto le propuso organizar sus vidas para
formar un hogar. Los padres de María creyeron
que bajo la mano divina habían entregado su hija a un hombre que le brindaría
la vida que ellos jamás pudieron ofrecerle.
Convencida
de su dicha, María convive con su pareja alrededor de unos 2
años, da a luz su primer hijo y un año después al segundo. La felicidad parecía
inundar el hogar, hasta que ese príncipe azul empieza a escribir manchones
negros en la historia de María.
La desdicha comienza con el maltrato
verbal por parte de su compañero luego
de las incesantes horas de bebida; la
queja se apoyaba en la ineficiente labor que como compañera, según Alberto, María
desempeñaba, pues su delirio de perfección obligaba a su compañera a mantener
bajo total limpieza la casa en que vivían, incluyendo el cuidado de los niños,
y la buena comida a la hora de su llegada. Sin embargo, aún no se comprende
cómo un ser humano exige perfección a una vida ajena, cuando no ha terminado de
perfeccionar la propia y con la que ni siquiera ha podido lidiar.
Sin
importar la presencia de los niños, María
se convierte en víctima del maltrato físico
que su esposo le proporciona, su desgastado cuerpo recibe noche a noche, día a
día los golpes que de sus padres jamás recibió, sin embargo, asegura que su
amor por el prójimo no le permitía renunciar a ese hogar que había construido y
se convencía a diario que las cosas tendrían que cambiar porque su Dios jamás
la desampararía.- Quisiera poder pensar lo mismo de Dios, y tener la misma fe
con la que vivía mi vida, pero si Dios es amor, y amor es lo que viví, eso no
era vida, o al menos no la que yo entre oraciones le pedí.
Por
la mente de esta mujer jamás circuló la idea de abandonar su hogar, pues
siempre creyente de Dios, mantenía la esperanza de recuperar el amor de su
hogar y se responsabilizaba a diario de su pérdida, porque como toda madre,
piensa, cree y siente que debe funcionar como sostén de la familia. –Si de
agallas se trata, entonces no tenía ni una, porque yo creía que al tener lo
básico como comida, calzado, educación de mis hijos, y un buen techo, debía
soportarlo todo, y a decir verdad eso era lo único por lo que yo hubiese
perdido la cabeza en ese momento, de resto me parecía una bobada lloriquear por
el maltrato del viejo Alberto, pensaba que los hombres eran así y que uno como
mujer debía acompañarlos en las buenas y en las malas, es así como uno lo
promete cuando se casa ¿no?.
Como
toda persona, creía María, que esos
días eran la parte gris de la historia de su vida y que todo pasaría, y nunca
contó con la desdicha de que esa iba a ser la razón por la que hoy mantiene su
ceño fruncido y que le da un aspecto de amargura.
Alrededor
de las 3 de la tarde, el día 12 de marzo de 2007, exactamente 4 días después del día internacional de la
mujer, mientras a manduco lavaba en su nueva batea de cemento, escucha una imperiosa voz masculina
que decentemente saluda. Se dirige con rapidez a el rancho principal y sin dar
muchos pasos para saludar al caballero que en compañía de 4 hombres había
llegado, observa sorpresivamente un golpe que le proporcionan en la nuca a su
esposo y de inmediato es amarrado y arrojado al piso mientras ella es capturada
por uno de los acompañantes que la dirige hacia la alberca de la parte trasera
de su casa.
En
ese momento lo único que pensé fue en mis dos hijos, pero como mandado de Dios,
estaban ‘berrochando’ en la plaza. Como nunca deseé y le pedí al todopoderoso
que no regresaran por el momento. Ya veía que lo que venía no era nada bueno. –
Así lo indicó María.
Mientras
era empujada hacía la alberca, María les gritaba que la dejaran quieta, que
ellos no tenían nada que darles, que por favor se apiadaran de ella y de su
familia y que no les hicieran daño.
Sin
embargo, ellos tajantemente sin ningún escrúpulo le respondieron que no querían
nada material que simplemente se venían a divertir un rato con ella.
Así
comenzó esta trágica historia, en donde estos cinco hombres la tomaron por su
cuenta. Mientras cuatro la sujetaban, cuando ella se rehusaba, otro sin compasión
la penetraba abruptamente. Lloró y gritó hasta desahuciarse.
Nadie
salió a ayudarme, pues después que algunos vecinos se enteraron de lo
acontecido, aseguraron que habían creído que los gritos y alaridos que escuchaban, eran por otra
nueva discusión entre Alberto y yo. Qué desgracia, para todos por aquí ya era
normal que el Alberto me cascara a su antojo. – Recordó María -.
De
esta forma pasó uno a uno haciéndole, lo que se les antojara en medio de trago
y comentarios perversos y obscenos. Al acabar con su meta la ataron a la batea
para que no saliera corriendo y los delatara.
Esta
es una de las tantas historias de la violencia en Colombia, esas que se tejen
en silencio y con dolor y que aún no se conocen a la luz pública, debido al
temor y a la rabia incesante de la normalidad del asunto para muchos.
Así,
este tipo de tragedias y de oscuras historias aún están escondidas en la amplia
geografía de Colombia, en lugares como
Crucito que no aparece en los libros, ni mucho menos en los catálogos de
turismo.
En
Córdoba no fue el único departamento donde se dieron estos hechos, se debe
recordar que son muchas las historias trágicas que se tejieron en otrora,
debido a la presencia por grupos al margen de la ley.
María
arrugó fuertemente su ceño, cerró sus ojos mientras se deslizaba una lágrima
por su rostro cetrino. Se secó rápidamente y me miró diciéndome. Ahora si
entiende señorita periodista, las cosas para mi no han sido fáciles y si algún
día me soñé con un príncipe azul, pues a mi vida nunca llegó, pues de los
hombres excepto de mi padre, solo he recibido malos tratos.
Espero
que mi historia le sirva de algo y logre su trabajo. Y también espero que algún
día encuentre su príncipe azul y que no se deje engañar.