domingo, 29 de abril de 2012

El conflicto armado en Colombia ha enlutado miles de rostros

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Envuelta en un mar de lágrimas, una mujer de larga cabellera, negra y opaca; alta y enjuta, decide a duras penas contarme su historia, luego de dudar y decirme que no quisiera hablar más nunca del tema que se refleja en su mirada de tristeza y que de ser posible, de su memoria quisiera borrar.


Cuando ya había desistido de efectuar mi entrevista para el trabajo final de uno de los módulos de la maestría que curso, recuerdo su voz entrecortada que me gritó. – Niña venga, le contaré-. 



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Nos sentamos cada una en taburete en su humilde casa de bahareque. A cada uno de los niños, los mandó a jugar o que fueran a ver si la ‘Puerca puso’, por la sencilla teoría que los pela’os no pueden escuchar la conversación de los mayores.



Con sus manos ásperas, y algo descuidadas, acaricia su rostro, agacha su cara, la levanta nuevamente y me mira. – no es lo que creo que quiera escuchar, pero es periodista y seguro le va a gustar lo que le voy a contar, a ustedes les interesa el dolor ajeno para llenarse los bolsillos.



No fue la respuesta que en realidad esperaba, pero fue con la que cercioré mi idea acerca del resentimiento social que esta mujer trae consigo, un resentimiento que se acrecienta y no deja de hacer estragos en su mente.

Mi vida no es como la que escriben los hermanos Grimm sobre princesas, con esos príncipes azules que uno no ve, o que siempre le decían a uno que existía pero que por mi vida jamás se apareció. Afirmaba María mientras me miraba fuertemente.

La llamaremos María porque no quiere que se publique su real identidad. A la edad de 19 años, en Crucito, corregimiento de Tierralta al sur de Córdoba, María que apenas cursaba noveno de bachillerato, decide organizar su vida con Alberto, un hombre 11 años mayor que ella y que entre palabras logró cautivar el corazón de aquella joven y el de sus padres. Llevaban alrededor de 6 meses de noviazgo, cuando Alberto le propuso organizar sus vidas para formar un hogar. Los padres de María creyeron que bajo la mano divina habían entregado su hija a un hombre que le brindaría la vida que ellos jamás pudieron ofrecerle.

Convencida de su dicha, María  convive con su pareja alrededor de unos 2 años, da a luz su primer hijo y un año después al segundo. La felicidad parecía inundar el hogar, hasta que ese príncipe azul empieza a escribir manchones negros en la historia de María.

 La desdicha comienza con el maltrato verbal  por parte de su compañero luego de las incesantes horas de bebida;  la queja se apoyaba en la ineficiente labor que como compañera, según Alberto, María desempeñaba, pues su delirio de perfección obligaba a su compañera a mantener bajo total limpieza la casa en que vivían, incluyendo el cuidado de los niños, y la buena comida a la hora de su llegada. Sin embargo, aún no se comprende cómo un ser humano exige perfección a una vida ajena, cuando no ha terminado de perfeccionar la propia y con la que ni siquiera ha podido lidiar.

Sin importar la presencia de los niños, María se convierte en víctima del maltrato  físico que su esposo le proporciona, su desgastado cuerpo recibe noche a noche, día a día los golpes que de sus padres jamás recibió, sin embargo, asegura que su amor por el prójimo no le permitía renunciar a ese hogar que había construido y se convencía a diario que las cosas tendrían que cambiar porque su Dios jamás la desampararía.- Quisiera poder pensar lo mismo de Dios, y tener la misma fe con la que vivía mi vida, pero si Dios es amor, y amor es lo que viví, eso no era vida, o al menos no la que yo entre oraciones le pedí.

Sin piedad alguna, esta mujer recibe golpes, maltrato verbal, insultos que no paraban de denigrar la imagen que tenia de sí, el maltrato psicológico era tan desastroso que empezaba a creer que lo merecía, se convencía que debía ser mejor mujer para su compañero, pues su crianza siempre fue enfocada a la vida de pareja pero no como igualdad de condiciones sino como la servidora fiel.

Por la mente de esta mujer jamás circuló la idea de abandonar su hogar, pues siempre creyente de Dios, mantenía la esperanza de recuperar el amor de su hogar y se responsabilizaba a diario de su pérdida, porque como toda madre, piensa, cree y siente que debe funcionar como sostén de la familia. –Si de agallas se trata, entonces no tenía ni una, porque yo creía que al tener lo básico como comida, calzado, educación de mis hijos, y un buen techo, debía soportarlo todo, y a decir verdad eso era lo único por lo que yo hubiese perdido la cabeza en ese momento, de resto me parecía una bobada lloriquear por el maltrato del viejo Alberto, pensaba que los hombres eran así y que uno como mujer debía acompañarlos en las buenas y en las malas, es así como uno lo promete cuando se casa ¿no?. 

Como toda persona, creía María, que esos días eran la parte gris de la historia de su vida y que todo pasaría, y nunca contó con la desdicha de que esa iba a ser la razón por la que hoy mantiene su ceño fruncido y que le da un aspecto de amargura.

Alrededor de las 3 de la tarde, el día 12 de marzo de 2007, exactamente  4 días después del día internacional de la mujer, mientras a manduco lavaba en su nueva batea de cemento, escucha una imperiosa voz masculina que decentemente saluda. Se dirige con rapidez a el rancho principal y sin dar muchos pasos para saludar al caballero que en compañía de 4 hombres había llegado, observa sorpresivamente un golpe que le proporcionan en la nuca a su esposo y de inmediato es amarrado y arrojado al piso mientras ella es capturada por uno de los acompañantes que la dirige hacia la alberca de la parte trasera de su casa.
En ese momento lo único que pensé fue en mis dos hijos, pero como mandado de Dios, estaban ‘berrochando’ en la plaza. Como nunca deseé y le pedí al todopoderoso que no regresaran por el momento. Ya veía que lo que venía no era nada bueno. – Así lo indicó María.

Mientras era empujada hacía la alberca, María les gritaba que la dejaran quieta, que ellos no tenían nada que darles, que por favor se apiadaran de ella y de su familia y que no les hicieran daño.

Sin embargo, ellos tajantemente sin ningún escrúpulo le respondieron que no querían nada material que simplemente se venían a divertir un rato con ella.

Así comenzó esta trágica historia, en donde estos cinco hombres la tomaron por su cuenta. Mientras cuatro la sujetaban, cuando ella se rehusaba, otro sin compasión la penetraba abruptamente. Lloró y gritó hasta desahuciarse.

Nadie salió a ayudarme, pues después que algunos vecinos se enteraron de lo acontecido, aseguraron que habían creído que los gritos y alaridos que escuchaban, eran por otra nueva discusión entre Alberto y yo. Qué desgracia, para todos por aquí ya era normal que el Alberto me cascara a su antojo. – Recordó María -.

De esta forma pasó uno a uno haciéndole, lo que se les antojara en medio de trago y comentarios perversos y obscenos. Al acabar con su meta la ataron a la batea para que no saliera corriendo y los delatara.

Esta es una de las tantas historias de la violencia en Colombia, esas que se tejen en silencio y con dolor y que aún no se conocen a la luz pública, debido al temor y a la rabia incesante de la normalidad del asunto para muchos.

Así, este tipo de tragedias y de oscuras historias aún están escondidas en la amplia  geografía de Colombia, en lugares como Crucito que no aparece en los libros, ni mucho menos en los catálogos de turismo.

En Córdoba no fue el único departamento donde se dieron estos hechos, se debe recordar que son muchas las historias trágicas que se tejieron en otrora, debido a la presencia por grupos al margen de la ley.

María arrugó fuertemente su ceño, cerró sus ojos mientras se deslizaba una lágrima por su rostro cetrino. Se secó rápidamente y me miró diciéndome. Ahora si entiende señorita periodista, las cosas para mi no han sido fáciles y si algún día me soñé con un príncipe azul, pues a mi vida nunca llegó, pues de los hombres excepto de mi padre, solo he recibido malos tratos.

Espero que mi historia le sirva de algo y logre su trabajo. Y también espero que algún día encuentre su príncipe azul y que no se deje engañar.



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